La calabaza es un vegetal del que se aprovecha absolutamente todo. Su semilla, una vez secada se convierte en pipa de calabaza y suele estar rodeada de una cáscara blanca, dura y adherente. En su interior se aloja una joya nutricional plana, ovalada, crujiente, ligeramente dulzonas y de color verde oscuro debido a la clorofila. Suelen consumirse crudas, secas, tostadas y son portadoras de numerosas propiedades para nuestro organismo, razón por la que la Organización Mundial de la Salud (OMS) recomienda su ingesta.
Gracias a textos de la antigüedad se deduce lo arraigado que estaba el cultivo de la calabaza entre los hebreos de la época de Moisés, así como en China y Egipto, antes de la era cristiana. Por otra parte, entre los restos de tumbas incas precolombinas se han encontrado calabazas.
Las pipas de calabaza presentan una composición nutricional excepcional por lo que son un alimento muy nutritivo. "Aportan proteínas, grasas saludables, compuestos antioxidantes, vitaminas y minerales. Asimismo, poseen en torno a un 30% de proteínas, con el consecuente beneficio que éstas tienen en el desarrollo y mantenimiento de los músculos y del esqueleto", según apunta un informe difundido por la Fundación Española de la Nutrición (FEN).
Casi el 50% son grasas insaturadas como los ácidos grasos linoleico y oleico. Además, fuente de vitamina E, que contribuye a la protección de las células frente al daño oxidativo. También, contienen otras vitaminas como la vitamina B1 y B3, que contribuyen al funcionamiento normal del sistema nervioso. "Respecto a los minerales se incluyen el selenio, hierro, zinc y potasio y son una excelente fuente de magnesio que ayuda a disminuir el cansancio y la fatiga. También el fósforo contribuye al mantenimiento de los huesos, entre otros beneficios", apunta el documento de la FEN.